jueves, 28 de septiembre de 2023

Nacida un viernes

 


Nació un viernes y la habían engendrado en medio de un amor vehemente, en la trastienda del bar de su padre, un hombre andariego y rebelde que decidió sentar cabeza cuando la vio envuelta en el trajecito azul que le había comprado, seguro de que sería un niño.

Atender un bar no era lo suyo, sus sueños de grandeza lo mantenían en las nubes, entre los libros y la borrachera, por lo que la facha y el poco futuro que le veía su suegro, lo hacían persona poco grata en casa de la familia de Mary, un hogar abigarrado y bullicioso en el que se hacía lo que aquel hombre dijera.

Terco y algo ofendido, Absalón se empeñó en seguir con Mary, a pesar de que les habían prohibido estar juntos; eso les exacerbó el amor y las ganas y con ese ímpetu genuino y nuevo, le propuso a Mary que se fueran a vivir juntos. Montaron su ropa, una cama que les regalaron y un moisés de segunda en una carreta y se escaparon a su suerte.

Se acomodaron como pudieron en una pequeña habitación del barrio Luna Park, en Bogotá, una zona humilde llena de grandes casas convertidas en inquilinatos que le daban espacio a parias, viejos y exconvictos. En medio de la pequeña habitación estaba la cuna de mimbre, a un lado, la cama matrimonial y una pequeña estufa de gasolina de un puesto, que emitía un espeso humo azul que viajaba a través de los resquicios de la puerta hacia el patio de ropas.

Allí pasaban las noches, fantaseando con el futuro y comidas opíparas, enamorados hasta los huesos. A pesar del amor, el hambre no tardó en llegar, Mary no podía darle pecho a la pequeña Carlota (era un nombre superlativo, decía Absalón con orgullo) así que debían alimentarla con leche de vaca. Con una botella de cuatro centavos, le preparaban un biberón con panela y con el resto la bañaban, como si fuera hija de Juno y no una niña nacida en medio de la pobreza y el amor sin condiciones.

martes, 26 de septiembre de 2023

La resaca



Aun estaba oscuro cuando despertó. El dolor de cabeza no le impidió reconocer el extraño rostro que se forma en la mancha de humedad del techo. – la virgen María- Pensó. 

Sentía la boca llena de arena y le producía malestar recordar el último trago de tequila. 

-Margarita… Mariana, no María… ¿cómo se llamaba?

El olor del café recién hecho que llega desde la cocina lo reconfortó, pero solo por unos segundos. La urgencia de la naúsea lo hizo correr torpemente y a tientas al baño. Vomitó copiosamente, un mar espeso y amargo le salió por la boca. El sudor frio que le corría por la espalda le hizo pensar en la muerte y las imágenes de la noche anterior regresan como flashazos inconexos.

- No debí recibirle ese trago de Brandy de Jerez a ¡Marina!- Recordó al fin, antes de caer desmayado contra las baldosas.

Escrito en 2018




martes, 12 de septiembre de 2023

La indicada


Él amaba a su abuela. Lo había criado y ese amor maternal que todo niño necesita, lo recibió de ella, por eso, cuando murió, sintió que se había quedado solo en este mundo.  Al cumplirse el quinto año de su muerte, debían, como es la tradición, trasladar sus restos a una bóveda, así que se preparó una ceremonia a la que fui invitada. Era una tímida novia veinteañera y conocer a la familia de mi pareja en un cementerio, no era el ideal de mi soñada primera impresión. Afortunadamente para mí, pasé inadvertida en medio de aquel momento tan doloroso. Abrir el cajón y encontrar a su abuela aún con carne y cabello, no fue lo que más me impresionó, en realidad, ver a las sobrinas de la difunta separar los pequeños huesos del tejito grasoso y oscuro, casi me lleva a la náusea. Mantuve la compostura al ver a mi entonces novio, llorar desconsoladamente ante esa escena: las mujeres de la familia ponían uno a uno los pedazos del cuerpo amado y los girones,de lo que parecía ropa, dentro de un pequeño cajón.

Tras el ritual frente de la bóveda, mi novio y yo caminamos entre las tumbas, husmeando los nombres en las lápidas y calculando la candidad de años que llevaban muertos sus ocupantes, cuando nos vimos de frente a la fosa donde, hacía unas horas, reposaba su abuela. Mi novio se quedó muy callado... como pudo, entre lágrimas dijo: mi abuela me prometió que ella se las iba a arreglar para decirme quién era la mujer indicada para mí y señaló la lápida de al lado donde yacía, hacía más de 18 años, alguien con mi nombre. Nos casamos tres años depués.