viernes, 11 de noviembre de 2011

La lección de la peladez

Es extraña la manera como la vida nos enseña cosas. De niña, tuve que ver los malabares que hacía mi papá para mantenernos con un sueldo de cajero de banco y las hazañas de mi mamá para hacer de comer con lo que había: arroz y huevo. Pero nunca valoré sus esfuerzos. Y no es por nada, pero amaba el arroz con huevo, hasta ahora. Si, ahora que tras la salida de la prestigiosa corporación, pasé por una de las peores rachas de mi vida adulta: el desempleo. Y con él llegó la estresante costumbre diaria del arroz con huevo a mi casa. Pero más que el arroz con huevo, lo que me ponía realmente melancólica, era que de niña jamás sentí la tristeza de comer siempre lo mismo,porque no me preguntaba nada, ni me preocupaba nada. Ahora entiendo los silencios de mi mamá y las amarguras de mi papá. No saber qué hacer al día siguiente; contar moneditas para pagar la leche, realmente da tristeza. Y yo además, sentía gran desesperación. Lo único que tenía era una fe que llegó a mí sin ser llamada. Empecé a rezar por salir de esa situación y también a pedir perdón por las rumbas desmedidas, por la ropa cara y por el dinero despilfarrado. Pero si el desempleo es una mierda, y la peladez es una pesadilla, la soledad es realmente un castigo. Los amigos empiezan a escasear, y los que se quedan lo hacen con tal compromiso que se mandan la mano al dril cada que pueden; tenga para el bus; mire pa los cigarrillos; llévele a los niños... Alguien me dijo que uno tiene que aprender a recibir. Y realmente, es difícil hacerlo, porque toca mandar el orgullo y la vanidad pal chorizo. Eso fue lo que aprendí, a dejar el maldito orgullo y a ver en el rostro de las personas menos esperadas un gesto de generosidad sincero. Saber que esa peladez tan espantosa acompaña a miles de personas en este país, me hace confirmar que es un mosquero, que lo salvan los amigos generosos y la familia que come arroz con huevo unida. (And the music)