Eso no es otra cosa que asquerosa vanidad disfrazada de orgullo por haber traído a este mundo un ser superior, y todo así no más, por obra y gracia de la loca genética o como dirían en el barrio, de gratis. Pero, sigamos...
Era la época en la que mi hija estaba empezando el pre-escolar, tiempo en el que muchos papás creen que se define el nivel intelectual de sus niños y desde muy temprano los etiquetan como genios o los predestinan a ser gente como "uno". Y claro, mi nena no podía ser la excepción, por ser la pequeña hermanita de un niño irreverente, de comportamiento sobresaliente, de ideas brillantes y con habilidades para el dibujo y los números, estaba obligada a llenar las muchas expectativas de su papá. Las mías las llenaba (las llena) con solo existir.
Sin embargo, la pequeña monita, no solo no cumplía con sus estándares, sino que sus pocas habilidades con las matemáticas y su esmero en cada proceso lo hicieron pensar en que la niña no era tan inteligente como su hermano.
Si, era una niña que requería más tiempo para hacer sus tareas, era retraída y callada, lloraba con mucha facilidad, era muy enfermiza y temerosa, como un cachorrito asustado.
Entonces mi exmarido tuvo una revelación que llegó a él en público, o mejor dicho, pensó en voz alta en una tertulia aguardientera y dijo: "La niña es brutica porque es igualita a ti".
En ese momento, él, mi exmarido, era la única verdad que yo conocía, era el depositario de toda mi fe y mi confianza, era el dueño de mi concepto del mundo. Entonces, cuando él aseguró aquella idea, lo primero que vino a mi mente fue la misma pregunta que le hizo Forrest Gump a Jenny cuando conoció al pequeño Forrest: ¿Es como, como, yo?
Cuando la veo tan ella, pienso que, no solo no se parece a mí, sino que en realidad yo quisiera poder ser como ella, así no más, de gratis...