Me vi
flotando en el agua turbulenta y solo podía pensar en el hecho de que aquel chaleco
era lo único que me mantenía con vida. La corriente era veloz y mi cuerpo sin
control, rígido como un palo, solo iba río abajo. No pude evitar pensar en
cuántos muertos habría en el fondo. También pasaron por mi mente peces
prehistóricos y caimanes gigantescos, estaba petrificada, aferrada a mi salvavidas como un
animalito recién nacido a su madre. Mis hijos me gritaban: “déjate fluir” y
empecé a repetirme como un mantra “déjate fluir, déjate fluir”. De algún modo,
el descontrolado viaje se empezó a volver placentero, al fin aflojé mi cuerpo,
empecé a mirar al cielo, sentí el agua tibia, cada parte de mi cuerpo sumergido sentía el movimiento de aquellas olas oscuras llenas de mis pesadillas, pude ver las aves posadas en las
orillas, el paisaje. Traté de retener en mi mente cada imagen, cada sonido, cada sensación, cada aroma y
hoy puedo decir que haber nadado en el Río Magdalena, es una de las experiencias
más hermosas que he vivido. Entendí que a fluir se aprende rodando río abajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te gusta, te parece un asco, ni fu ni fa? Cuéntamelo todo...